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Intermediarios | Lección 11: Un rey sobre sus rodillas | 3er Trimestre 2019 | Año D

Lección Intermediarios 3er Trimestre 2019

Lección 11:
Un rey sobre sus rodillas

Lección Intermediarios 3er Trimestre 2019

¿Has conocido alguna vez a alguien que se cree el mejor? Probablemente lo que más te molestó fue el alarde. Cuando alguien ha dicho: “Soy bien apuesto”, tal vez has deseado que se redujera a la nada.


Mensaje:
Alabamos a Dios por la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas.
Versículo para Memorizar:
“Por eso yo, Nabucodonosor, alabo, exalto y glorifico al Rey del cielo, porque siempre procede con rectitud y justicia, y es capaz de humillar a los soberbios”.
(Daniel 4:37)
Textos clave y referencias: 
Daniel 4
Profetas y reyes, cap. 42. 

Nabucodonosor era ese tipo de persona. Verdaderamente era uno de los gobernantes más grandes del mundo conocido. La Biblia lo llama “rey de reyes” (Ezequiel 26:7). Él comandaba el mayor ejército de la tierra. Sus construcciones lo hicieron el más famoso del mundo. Era algo especial y él lo sabía.


Dios tenía un plan para este monarca poderoso y el propósito del mismo era que se humillara y adorara al Dios del cielo. Después que Daniel interpretó el sueño de Nabucodonosor acerca de la imagen, el rey dijo: “¡Tu Dios es el Dios de dioses y el soberano de los reyes!” (Daniel 2:47). Este era un paso en la dirección debida, pero no era suficiente. Nabucodonosor no podía resistir el pensamiento de que su reino no duraría por siempre. Eso lo llevó a la construcción de la estatua y al evento del horno de fuego con Sadrac, Mesac y Abednego. Cuando los tres jóvenes fueron liberados, Nabucodonosor exclamó: “¡Alabado sea el Dios de estos jóvenes, que envió a su ángel y los salvó!” (Daniel 3:28). Pero en su corazón no se había efectuado ningún cambio.

Pero Dios no había desistido de su plan para con Nabucodonosor. Nabucodonosor tuvo otro sueño que lo perturbó y naturalmente llamó a Daniel. El rey vio un enorme árbol en el medio de la tierra. El árbol creció hasta que tocó el cielo y era visible desde todos los lugares de la tierra. Sus hojas eran preciosas y daban mucho fruto y los animales y las aves del campo encontraban refugio dentro y debajo de sus ramas. Luego vino un santo mensajero del cielo y mandó a cortar el árbol. Sus ramas y hojas debían ser arrancadas. Su fruto desechado. Los animales debían abandonar el lugar pero sus raíces serían dejadas en la tierra.


“Deja que se empape con el rocío del cielo, y que habite con los animales y entre las plantas de la tierra”, dijo el mensajero. “Deja que su mente humana se trastorne y se vuelva como la de un animal, hasta que hayan transcurrido siete años” (Daniel 4:15, 16).

Daniel sabía que esto se refería al rey. Había llegado a ser grande y su grandeza había crecido hasta alcanzar los lugares más lejanos de la tierra. Pero no reconocía a Dios.

—Usted será apartado de la gente y habitará con los animales salvajes —interpretó Daniel—. Comerá pasto como el ganado, y se empapará con el rocío del cielo (vers. 25).

Pasarían siete años hasta que Nabucodonosor reconociera que Dios gobierna los reinos terrenales y los da a quien desea. Y luego, como las raíces que quedaron en la tierra, Nabucodonosor sería restaurado.

—Por lo tanto, yo le ruego a Su Majestad aceptar el consejo que le voy a dar —le dijo Daniel—. Renuncie usted a sus pecados y actúe con justicia; renuncie a su maldad y sea bondadoso con los oprimidos. Tal vez entonces su prosperidad vuelva ser la de antes (vers. 27).

Por un tiempo el rey siguió el consejo de Daniel, pero su corazón no había cambiado. Cuando pasaron los meses y nada sucedió, nuevamente sintió celos por los reinos que le sucederían. Un año después del sueño Nabucodonosor caminaba por la terraza de su palacio y miró su esplendorosa ciudad. “¡Miren la gran Babilonia que he construido como capital del reino! ¡La he construido con mi gran poder, para mi propia honra!”, dijo el rey con mucha presunción (vers. 30).

Las palabras estaban aún en sus labios cuando la profecía se cumplió. Una voz del cielo dijo: “Tu autoridad real se te ha quitado. Serás apartado de la gente y vivirás entre los animales salvajes” (vers. 31, 32). Inmediatamente Nabucodonosor se volvió totalmente loco. Por siete años fue humillado ante todo el mundo.


Siete años después Nabucodonosor recobró el juicio y reconoció públicamente al Dios del cielo. “Por eso yo, Nabucodonosor, alabo, exalto y glorifico al Rey del cielo, porque siempre procede con rectitud y justicia, y es capaz de humillar a los soberbios” (vers. 37). Esas fueron las últimas palabras registradas en la Biblia acerca de Nabucodonosor. Por fin se realizó el cambio que Dios deseaba.

Dios insiste hasta que nosotros, como Nabucodonosor, reconozcamos la presencia de Dios en nuestras vidas. Tan pronto como aceptamos la presencia de Dios en nuestras vidas el Espíritu Santo obra en cada uno individualmente para realizar la voluntad de Dios en nosotros.


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